Por motivos de mi profesión llevo
muchos años dedicándome a la intervención social con personas que se encuentran
en situación de pobreza severa, personas que se encuentran sin techo, sin
hogar, y en situaciones donde parece que la persona tiende a diluirse en
problemas. De mi experiencia como psicólogo, he descubierto que muchos se dejan
abandonar a su suerte, esperando que aparezca algo, o alguien que le ayude a
salir de su situación personal y social. También, me he encontrado con aquellos
supervivientes de la calle, es decir, aquellas personas que sobreviven en los
momentos más calamitosos y que parecen indestructibles, llevan años
sobreviviendo, y en muchas ocasiones vuelven a normalizar la situación, estos
son los verdaderos héroes con la misión de reconstruirse cuan Ave Fénix que
resurgiera de sus cenizas.
En nuestra vida diaria los vemos,
no hay que acudir a situaciones límites para poder encontrarnos con los
verdaderos supervivientes, personas como usted y como yo, a las que los
problemas les golpean pero que a la vez, son capaces de resurgir, sacando algo
positivo de haber pasado por una situación traumática en sus vidas.
De estas personas, y de esa
fortaleza interior vamos hablar en este artículo, para ello pasaremos a
clarificar el concepto de resiliencia a lo largo de los siguientes párrafos.
Desde esta perspectiva prestamos
atención a las diferentes formas de afrontar esas situaciones por parte de esa
minoría que sale indemne y reforzada de esas situaciones de crisis; ¿por qué y
de qué manera superan las diferentes situaciones, con qué recursos?, ¿es normal
su forma de actuar?, ¿todos podríamos actuar de la misma manera? Desde hace más
de veinte años Boris Cyrulnik inició un camino de búsqueda y hallazgos
centrándose en el potencial de cambio y superación de los seres humanos,
comenzando por mirarse a sí mismo, al constatar su tremenda capacidad para
sobreponerse a la experiencia de horror de su niñez. Tenía sólo seis años
cuando en 1944 huyó de los soldados alemanes que habían asesinado a sus padres
en una sinagoga. Tras vivir una dura infancia marcada por las vicisitudes de la
Segunda Guerra Mundial y al acoso a su pueblo judío, viviendo incluso de la
beneficencia y habiendo ido al colegio por vez primera sólo al cumplir once
años, fue capaz de superar ese trauma y dolor transformándose en el prominente
hombre de ciencias que es hoy. Sus aportaciones son reconocidas mundialmente y
se le considera uno de los fundadores de la etología humana, ciencia que
estudia el comportamiento de las personas.
Sus investigaciones se iniciaron
trabajando con chicos de la calle y, dentro de ellos, con una minoría libre de
las patologías a las que la teoría y las estadísticas parecían condenarlos
fatalmente a ser victimas del alcoholismo, delincuencia, adicción a las drogas,
etc. Para convertirse, en cambio, en seres predispuestos a llevar una vida de
proyectos y planes de vida, consiguiendo un bienestar social óptimo. Este
fenómeno denominado “resiliencia”, es hoy objeto de estudio por parte
educadores, psicoterapeutas y sociólogos. Se apunta a las potencialidades del
sujeto (aquello que puede hacer bien) más que a un pronóstico centrado en los
errores fomentando aquellas competencias que le ayuden a salir adelante.
Por ello, y sin más demora
pasamos a definir el concepto de resiliencia, entendiendo que es la capacidad
de una persona o grupo para seguir proyectándose en el futuro a pesar de
acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de
traumas a veces graves (Manciaux, Vanistendael, Lecomtey Cyrulnik, 2001). La
resiliencia se sitúa en una corriente de psicología positiva y dinámica de
fomento de la salud mental y parece una realidad confirmada por el testimonio
de muchísimas personas que, aun habiendo vivido una situación traumática, han conseguido
encajarla y seguir desenvolviéndose y viviendo, incluso, en un nivel superior,
como si el trauma vivido y asumido hubiera desarrollado en ellos recursos
latentes e insospechados.
El término resiliencia se utiliza
se usa en la física de los materiales para expresar la capacidad de
recuperación de ese esfuerzo. Tal como un objeto abollado recobra su forma
primitiva si tiene la suficiente elasticidad, los seres humanos dotados de resiliencia
natural o adquirida serán capaces de salir de un agotamiento causado por estrés
traumático u otras causas.
Antes de comenzar a definir a las
personas resilientes habría que mencionar que la resiliencia es dinámica, es
decir, cambia con el tiempo, afectando a la capacidad de resiliencia nuestras
circunstancias vitales, el contexto en el que sucede el trauma y la etapa de la
vida por la que atravesamos. Por lo tanto, dicha capacidad no es estable, ni se
responde siempre de la misma manera.
Evidentemente, debemos de
plantearnos entonces si nuestra personalidad y el contexto pueden generar en
nosotros una manera de responder ante un trauma, afectando a nuestra capacidad
de resiliencia.
Parece que las personas
resilientes poseen una gran seguridad en sí mismas y en su propia capacidad de
afrontar los traumas, de la misma manera sabemos que es adecuado contar con
apoyo social, principalmente con una persona de referencia para nosotros que
nos guía, se le conoce como el tutor resiliente, es una persona importante en
nuestras vidas, pero no importante por estatus social o económico, sino porque
es una persona significativa que influye positivamente en nosotros.
Además hemos de tener nuestros
objetivos de vida claros, bien definidos, reconociendo que nuestra vida tiene
sentido porque… hemos de contestarnos a ese por qué. Nuestras metas por lo
tanto deben de ser claras y responder a nuestros objetivos de vida, eso nos
ayuda a clarificarnos como personas, conociendo donde nos encontramos y hacia
donde queremos llegar. Por esta razón, debemos de tener una gran confianza en nuestras
capacidades de intervenir e influir en lo que sucede y en las circunstancias
(Tierno, 2007).
Por ende, y relacionado con todo
lo anterior, es importante que la persona resiliente se caracterice por su
esperanza de poder aprender algo positivo de la experiencia traumática y
enriquecerse de alguna manera que le produzca un crecimiento personal.
Esto define un tipo personalidad
que denominaremos resiliente que caracteriza a las personas resistentes con un
gran sentido del compromiso, una fuerte sensación de control sobre los
acontecimientos y están más abiertos a los cambios en la vida, a la vez que
tienden a interpretar las experiencias estresantes y dolorosas como una parte
más de la existencia. El concepto de personalidad resistente aparece por primera
vez en la literatura científica en 1972, en relación a la idea de protección
frente a los estresores.
Es importante poner énfasis en el
concepto de crecimiento postraumático, que hace referencia al cambio positivo
que un individuo experimenta como resultado del proceso de lucha que emprende a
partir de la vivencia de un suceso traumático (Calhouny Tedeschi, 1999). Este
concepto, aunque está estrechamente relacionado con otros como hardiness o
resiliencia no es sinónimo de ellos, ya que, al hablar de crecimiento
postraumático no sólo se hace referencia a que el individuo enfrentado a una
situación traumática consigue sobrevivir y resistir sin sufrir trastorno
alguno, sino que además la experiencia opera en él un cambio positivo que le
lleva a una situación mejor respecto a aquella en la que se encontraba antes de
ocurrir el suceso (Calhouny Tedeschi, 2000).
Por lo tanto debemos de tener en
cuenta que cuando hablamos de crecimiento postraumático nos referimos al cambio
positivo que sufre una persona en el proceso de lucha que sucede a partir de un
suceso traumático, hay que mencionar que no todas las personas que pasan por
una experiencia traumática van a salir fortalecidas y por lo tanto no
experimentan crecimiento personal en ella (Park, 1998; Calhouny Tedeschi,
1999).
Las personas nos caracterizamos
por ser dueños en mayor o menor medida de esa capacidad de salir adelante
reforzados, es decir de ser resilientes. Tanto los niños y los adultos
aprendemos a reponernos de las crisis, a seguir adelante. Desde la cultura
popular podemos ver como se refleja muy bien el sentimiento de que sólo hasta
cierto punto somos vulnerables y que salvo en casos extremos las personas se
recuperan antes o después de sus traumas, ya que “la vida continúa”, “hay que
seguir tirando”, “el mundo no se acaba hoy”, etc. Pero, si es verdad que
encontramos diferencias en como afrontamos estos graves problemas, existen
personas que poseen un alto grado de resiliencia, parece que es propia, innata,
que su temperamento le hace que afronte con muchas expectativas de salir
delante de esas situaciones problemáticas, que a veces son vistos como invulnerables
a la adversidad, pero también existen otras personas que por diversas causas se
entregan a situaciones de estrés cada vez más notables, que acaban en crisis
depresivas o enfermedades somáticas. “es como si les faltara herramientas en la
caja de herramientas de la vida (Teitelmany Arazi, 2008).
El crecimiento postraumático que
pueden experimentar las personas se puede dividir en tres elementos esenciales
(Calhouny Tedeschi, 1999; 2000)
Cambios en uno mismo: este
sentimiento es común para muchas personas que se enfrentan a una situación
traumática, así parece que el aumento de la confianza en las propias
capacidades para afrontar cualquier adversidad que pueda ocurrir en nuestras
vidas hace menos vulnerable a las personas. De esta manera consiguen hacer
frente los sucesos traumáticos, sintiéndose capaz de enfrentarse a cualquier
otra cosa. Estos cambios se pueden encontrar en personas que por sus historias
de vida, se han visto sometidas a situaciones estrictas y de opresión en el
pasado y que han aprendido a contrarrestar las situaciones traumáticas para así
poder redireccionar su vida. Estas ideas han sido reforzadas con diversos
trabajos de investigación donde se ha visto que las convicciones políticas e
ideológicas son el principal factor positivo de resistencia en presos políticos
y torturados (Pérez-Sales y Vázquez, 2003).
Estas personas procuran no
tomarse las cosas tan a pecho y que así el temor impida hallar las salidas. Y
en esto el sentido del humor nos permite tomar distancia de los conflictos. La
creatividad, la multiplicación de los intereses personales, los juegos de la
imaginación relegan esas causas de alarma a su justo lugar, relativizarlas para
no deprimirse.
Cambios en las relaciones
interpersonales: muchos se sienten fortalecidos y fortalecidas cuando aparecen
personas de referencia en su vida, sus relaciones con los otros a raíz de la
vivencia de una experiencia traumática. Suele ser común la aparición de
pensamientos del tipo “ahora sé quiénes son mis verdaderos amigos y me siento
mucho más cerca de ellos que antes”. Muchas familias y parejas enfrentadas a
situaciones adversas dicen sentirse más unidas que antes del suceso. En un
estudio realizado con un grupo de madres cuyos hijos recién nacidos sufrían
serios trastornos médicos, se mostró que un 20% de estas mujeres decía sentirse
más cerca de sus familiares que antes y que su relación se había fortalecido
(Affleck, Tenneny Gershman, 1985). Por otro lado, el haber hecho frente a una
experiencia traumática despierta en las personas sentimientos de compasión y
empatía hacia el sufrimiento de otras personas y promueve conductas de ayuda.
Son esenciales asimismo las
llamadas redes de sostén o de contención, vínculos que enriquecen e impiden que
la persona se sienta a la intemperie vital. Amigos, un maestro, una comunidad
barrial, los grupos de resiliencia obran como apoyo y estimulo permanentes.
Cambios en la espiritualidad y en
la filosofía de vida: Para las personas las experiencias traumáticas nos
tienden a mover nuestros esquemas mentales e ideas sobre las que se construye
su forma de organizar su vida (Janoff-Bulman, 1992). Cuando la gente pasa por
estas experiencias produce cambios en su escala de valores y suele apreciar el
valor de cosas que antes obviaba o daba por supuestas.
Para concluir este apartado
habría que comentar que el crecimiento postraumático se puede interpretar bajo
dos perspectivas bien distintas. En primer lugar, se podría considerar como un
resultado, es decir, la persona lleva a cabo una serie de estrategias de
afrontamiento que le llevan a encontrar beneficio de su experiencia. En segundo
lugar, puede ser entendido como una estrategia en sí misma, es decir, la
persona utiliza esta búsqueda de beneficio para afrontar su experiencia, de
forma que más que un resultado es un proceso (Park, 1998).
Jose J. RiveroPsicólogoCoaching PersonalMediador Familiar.Miembro de la Sociedad Española de Psicología Positiva.
Imagen tomada de http://www.solhume.se/wp-content/uploads/IMG_8506-kopia2-Kopia.jpg
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