José Juan Rivero*

El objetivo vital que se nos plantea desde nuestra infancia está vinculado al éxito, principalmente económico, poseer el mejor trabajo, que me abrirá las puertas hacia la vida prometida, respondiendo a la norma moral que nos dice: tanto tienes, tanto vales, pero no solo nos regimos así las personas, también se mide el bienestar de un país por su riqueza, respondiendo a valores como su PIB, que mide el volumen de bienes y servicios que se producen y consumen. En ambos casos se abandona como objetivo de vida la felicidad, más relacionada con otros factores internos y más estables.
A estas alturas cabría hacerse la siguiente pregunta: ¿qué repercusión ha tenido la crisis sobre este panorama? Pues realmente ha disminuido nuestra satisfacción con la vida, que si lo sumamos a los niveles de infelicidad anteriores, generan la sensación actual. Pero seguimos cayendo en el mismo error, nos centramos más en potenciar los factores económicos, frente a las personas. Se intenta generar ese nivel de riqueza anterior sin hacer esfuerzos en aquellos factores que generan bienestar, por eso estas quedan relegadas frente a la economía, sin darnos cuenta que en los últimos treinta años los índices de felicidad en los países que considerábamos económicamente fuerte no han variado significativamente. Sin embargo, no potenciamos a las personas, generando recursos que generen significado en sus vidas, que aporten felicidad.
*Psicólogo y miembro de la Sociedad Española de Psicología Positiva
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